jueves, 31 de diciembre de 2020

El año más largo


Cuando dentro de un tiempo echemos la vista atrás y pensemos en este 2020 que ya está a punto de terminar, no podremos evitar asociarlo a las cinco letras que tanto han impactado (y lo siguen haciendo) en nuestras vidas, modificando nuestros hábitos cotidianos, trastabillando nuestros planes, y minando nuestra salud física y mental. En el peor de los casos, mucha gente recordará este año como una total tragedia, en la que sus seres queridos perdieron la vida. Ha sido, definitivamente, un año nefasto en muchos sentidos, pero no por ello hay que obviar los buenos momentos y las cosas que hemos aprendido, aunque quizás todavía no lo estemos valorando en su justa medida. Por mi parte, si bien no me gustaría volver a pasar por muchas situaciones vividas en los últimos meses, reconozco que también ha habido momentos positivos que también se me quedarán grabados para los restos. He aquí un resumen de lo experimentado desde el pasado 1 de enero.



El año lo empecé consiguiendo algo que explica que en estos instantes estemos donde estamos: un puesto de trabajo en Viena. Lo logré en Bangkok a principios de enero, en una feria de empleo a la que fui de la que tengo recuerdos que ahora mismo cuesta imaginar, y eso que solo han pasado once meses desde entonces. Salas repletas de gente (sin mascarilla, naturalmente), saludos efusivos, eventos sociales, etc. Aunque ya por aquel entonces había casos de COVID en China y otros países asiáticos, absolutamente nadie podía imaginar lo que estaba por venir y de qué manera afectaría a nuestros planes futuros, incluidos los laborales. Por suerte, nada cambió para mí en este aspecto y aquí sigo, disfrutando y saboreando aquel momento como uno de los más gloriosos de los últimos años.

Poco después conseguiría completar la segunda media maratón de mi vida, cuando todavía no sabíamos que estábamos a punto de empezar una larga carrera de fondo. 

Qué raro nos parece ahora ver imágenes como esta



 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Llegó febrero y los casos empiezan a extenderse por el resto del mundo, llegando también a Kuwait, donde vivíamos. A finales de aquel mes, coincidiendo con las vacaciones por el día nacional y de la liberación, se empezaron a implementar las primeras medidas dirigidas a frenar la enfermedad, que todavía no había sido declarada pandemia por la OMS. Se decretó el cierre de colegios por un periodo de dos semanas. Nos las prometíamos muy felices entonces y pensábamos que en marzo podríamos continuar con las clases, pero no fue así y nunca llegué a tener la oportunidad de despedirme en persona de los que habían sido mis estudiantes y compañeros en los dos últimos cursos escolares.

Mientras, en España, los contagios se disparaban y a mitad de marzo se decretaba el estado de alarma. Eran días extraños, de miedo, angustia y preocupación por mis familiares allí, de incertidumbre al no saber por cuánto tiempo se extendería el confinamiento y demás medidas. En Kuwait todavía no estábamos tan mal, pero la desazón al pensar lo que estaba ocurriendo en mi país era inevitable Por otro lado, el gobierno anunció el cierre de restaurantes y centros comerciales, aunque los supermercados seguirían abiertos. Hubo mucha gente que no entendió bien esta comunicación y acudieron en masa a los comercios, dejando las estanterías vacías en cuestión de horas.


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Las restricciones seguían aumentando en Kuwait al igual que en el resto del mundo, y la primavera estuvo caracterizada por las actividades en casa y la ausencia de encuentros sociales. Mi mujer y yo teníamos la suerte de tenernos el uno al otro, y darnos apoyo mutuo en esos momentos, lo que hizo todo más llevadero. Empezamos a estudiar alemán, practicábamos yoga o hacíamos ejercicio, leíamos, llamábamos a nuestras familias a diario y, al mismo tiempo, yo continuaba un máster más que empecé allá en octubre del año pasado y no terminaría hasta julio.

Todo se hizo más cuesta arriba a partir de mayo, cuando empezó el toque de queda total y solo dejaban 2 horas para salir a caminar o hacer deporte, algo que ya era complicado porque empezaba a hacer el típico calor kuwaití de 45 grados de media. Lo único que podíamos hacer en esos meses, prácticamente desde marzo, era ir a hacer la compra y solamente una vez a la semana, previa cita por Internet. Por suerte, la desescalada empezaba en España y fue un alivio muy grande el poder ver que mis padres y mis hermanos ya podían al menos salir a la calle.

Qué raro se nos hacía ver nuestra calle, Amman Street, completamente vacía














La etapa más complicada fue, sin duda, durante los meses de junio y julio. Era el momento en el que yo ya debería haber ido a España a hacer la visita veraniega a mi familia que teníamos planeada, pero decidí cambiar los planes y quedarme en Kuwait con mi mujer, que todavía no había empezado sus trámites para poder salir de la compañía aérea en la que trabajaba. No sería nuestro único plan cancelado. También tuvimos que olvidarnos de celebrar nuestra boda tailandesa en julio, algo en lo que habíamos dejado de pensar desde hace meses.

Las dos últimas semanas de julio fueron frenéticas, con diversas visitas a ministerios, sellados, traducciones, hasta que logramos conseguir, primero el reconocimiento de nuestro matrimonio por la embajada española (y el consiguiente libro de familia) y, después, el visado familiar que permitiría a mi esposa viajar conmigo a Viena pasando por Madrid (el visado solo era válido con España como puerto de entrada, y la embajada austriaca se negaba a hacernos un visado directamente con entrada en Austria). Sufrimos, sudamos, nos estresamos mucho, pero al final valió la pena. Habíamos conseguido salir los dos juntos de la mano de Kuwait.


 

 

No es la mejor foto pero, sin duda, fue el mejor momento del año























 

 

La llegada a Viena supuso prácticamente una vuelta a la vida, tal y como ya expliqué en la primera entrada de este blog. Las primeras impresiones fueron geniales y casi no nos podíamos creer que de nuevo estábamos paseando por las calles, sentándonos en una terraza a tomar una cerveza, mostrando nuestro afecto en lugares públicos sin preocuparnos por que alguien nos lo reproche, etc. En definitiva, era la cura que necesitábamos y nos supo, de verdad, a gloria.

Más tarde, a finales de agosto, empezaría ya a trabajar en mi nueva escuela, con una muy buena impresión general que sigo conservando hasta el día de hoy. A pesar de que la situación no era tan dramática como en otras zonas del mundo, también teníamos que padecer medidas anti COVID, como el uso generalizado de mascarillas en todas las instalaciones escolares, la cancelación de la gran mayoría de actividades y eventos, reuniones limitadas a 6 personas, y otras precauciones que se fueron incrementando progresivamente conforme avanzaba el curso. Aún así, me siento muy contento de momento con el lugar donde trabajo.



 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En octubre empezaron a dispararse de nuevo los casos de COVID en Austria y a finales de mes se anunciaban nuevas medidas que entrarían en vigor el mes siguiente, y que incluían el cierre de restaurantes, cafeterías, y otros lugares relacionados con el entretenimiento. Llegaba la segunda ola. Justo antes nos dio tiempo a hacer nuestro único viaje de placer de este año. Fueron 4 días recorriendo a pie el valle del Wachau, una maravilla de sitio.



Si la pandemia y los sucesivos confinamientos no eran suficientes para minar el ánimo y la moral de los residentes en Viena, el 2 de noviembre tuvo lugar una de las noches más trágicas y desconcertante que se recuerda en esta ciudad. Justo en la víspera del inicio del cierre de bares y restaurante en la capital, 4 personas fueron asesinadas por un terrorista islamista, algo inimaginable en este pacífico y seguro lugar. El ataque, lejos de azuzar el odio y la sed de venganza, provocó una oleada de muestras de solidaridad hacia las víctimas y un profundo deseo de paz y convivencia por parte de una ciudadanía que se caracteriza por su tolerancia y respeto hacia la diversidad cultutal.

Fuente: Arcdigital.media.com

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

En las últimas semanas de 2020 han vuelto las sensaciones de fatiga y algo de frustración al desbaratarse nuestros planes de visitas y celebraciones navideñas, pero al menos acabamos el año con algo de esperanza por el comienzo de las vacunaciones, aunque todavía queda mucho para que se realice a nivel global (en Tailandia, por ejemplo, no empezarán a vacunar gente hasta mitad de año, por lo menos). El balance no ha sido del todo negativo y ha habido, como ya he comentado, momentos por los que alegrarse. Me consta que hay muchas cosas por las que deberíamos sentirnos agradecidos después de todo, aunque es normal que nos sea difícil hacerlo en las circunstancias actuales.

Si hay una cosa que hemos aprendido es que la vida hay que disfrutarla a cada momento, y que no tiene mucho sentido hacer planes y propósitos a largo plazo. Por eso para el año que viene no nos hemos planteado hacer nada, ya se irá viendo sobre la marcha. Solo deseamos que podamos vivirlo con salud, gratitud, y fomentando la empatía hacia las personas que más apoyo necesitan. No tendría que hacer falta una pandemia para que aflorase la solidaridad y la cooperación, y nunca es mal momento para ponerlas en práctica.

No quería concluir sin agradecer a todas las personas que en este año nos han mostrado su apoyo y cariño, a nuestros familiares, a todos los amigos que hicimos en Kuwait (tenemos una buena fiesta pendiente), y a los nuevos que estamos haciendo a cuenta gotas aquí en Viena. Todo lo mejor para vosotros y vuestras familias.

Un fuerte abrazo y nos seguimos leyendo.


 



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