Cuando
medio mundo sigue todavía en mitad de una segunda ola de COVID19 y algunos
países incluso ya empiezan a afrontar una tercera, ya se empiezan a planear
futuros memoriales en honor de las víctimas de esta pandemia y los
profesionales que están dándolo todo para conseguir frenarla y paliar sus
devastadores efectos. En Viena ya existe un monumento de este tipo, aunque
mucho más anterior a lo que estamos viviendo ahora. Se trata de la Pestsäule (o “columna de la peste”), relacionada con
el fin de uno de los episodios más trágicos de la historia de la capital
austriaca, la llamada “Gran Peste de Viena”, en 1679. Repasaremos algunos datos
de este acontecimiento y aquellos otros lugares relacionados con el mismo.
Debido a su localización geográfica e importancia en las rutas e intercambios comerciales, con numerosos viajeros y transportistas llegados de todas las partes del globo, la ciudad de Viena ha sido a través de la Historia un lugar vulnerable a la aparición y propagación de brotes epidémicos. No obstante, la epidemia de peste bubónica de 1679, a pesar de haberse llevado la vida de 76000 residentes, no fue tan letal como las del siglo XIV, por ejemplo, ya que se introdujeron algunas mejoras y tratamientos específicos. Uno de los avances fue el de abrir hospitales especiales para los enfermos de esta plaga. También se empezaron a apilar los cadáveres de los fallecidos dentro de zanjas que luego se quemaban, en las afueras de la ciudad. Hasta ese momento se solían dejar los cuerpos, sin tocarlos, en cualquier lugar, hasta que se descompusieran, con las consabidas consecuencias que eso generaba.
Para conmemorar el final de la epidemia, el emperador Leopoldo I que, por aquel entonces, había salido de la ciudad dejando allí a sus queridos y sufridores súbditos, ordenó construir un memorial como agradecimiento a la Santísima Trinidad, por haber librado a la ciudad de tan brutal desgracia (del trabajo de los médicos y enfermeros no se menciona nada, vaya). En un principio se levantó una columna de madera. Esta sería remodelada más adelante y convertida en un monumento en mármol, que no se completaría hasta 1694, unos años después de la victoria del final del sitio de Viena por las tropas turcas, con lo que, a su significado original, se le añadió el de la liberación de la ciudad. Entre los detalles y elementos que se pueden apreciar en esta joya barroca están las esculturas que representan a la Santísima Trinidad en la cúspide, apoyada en una especie de nube piramidal con diferentes querubines, el escudo imperial en el pedestal, y las estatuas de los ángeles dándole una paliza a una anciana, que representa el triunfo de la fe contra la peste.
La Pestsäule está en mitad de la calle Graben, muy cercana a la catedral de San Esteban.
Aparte de construir la columna en cuestión, Leopoldo I había prometido remodelar la iglesia de San Pedro, en la misma zona de la ciudad, que había sido destruida en un incendio por aquella época. Se dice que esta es la iglesia más antigua de Viena. Su interior, tras su reconstrucción, es enteramente de estilo barroco.
Otro importante monumento relacionado con el final de la epidemia, aunque de otra posterior, y que acaeció entre 1713 y 1714, es la iglesia de San Carlos o Karlskirche, situada en Karlsplatz. Fue mandada construir por el emperador Carlos VI en honor de San Carlos Borromeo, patrón de los enfermos de úlceras, cáncer y epidemias como la peste. La entrada de este impresionante edificio está flanqueada por dos impresionantes columnas en las que aparecen relieves con la vida de este santo. Merece la pena pagar la entrada al interior y subir a la atalaya donde se pueden admirar los frescos que decoran su cúpula con algunas alusiones a la victoria, de nuevo, de la religión contra la plaga.
No quería concluir este recorrido histórico por las plagas de finales del siglo
XVII y principios del XVIII en Viena sin hablar de un personaje perteneciente
al folclore local y que incluso tiene una estatua en su honor (en la calle Neustiftgasse). Se trata de Marx Augustin, un trovador de aquella
época, aficionado a soplar, tanto la gaita como diferentes bebidas
espirituosas, y que, en una noche de borrachera, se quedó dormido en la calle.
Eran los años de la pandemia, así que unos señores lo dieron por muerto y lo
arrojaron a una fosa común llena de cadáveres. Cuenta la leyenda que el bueno
de Augustin conseguió sobrevivir y siguió sonando su gaita y contándole a todo
el mundo sus peripecias que sobreviven hasta nuestros días. Hay incluso una
canción en su honor, que podéis escuchar más abajo, y que seguramente os sonará a la mayoría.
Yo sé que, en estos días fríos, con nada de sol en Viena, en los que muchos añoramos estar junto a nuestras familias y en los que los próximas confinamientos y restricciones nos vuelven a dificultar los pocos planes que teníamos para estas fechas, es complicado mantener la esperanza y ver las cosas con optimismo. Pero no debemos olvidar que esto no va a ser para siempre, que más tarde o más temprano podremos volver a nuestros viejos hábitos y rutinas (en algunos países ya llevan tiempo haciéndolo) y seguiremos viajando, reuniéndonos con amigos, cantando y disfrutando, como Augustin, como solíamos hacer antes. No sé si saldremos más fuertes o no, pero saldremos.
Un fuerte abrazo y muchos ánimos en este sprint final de 2020.
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