lunes, 14 de marzo de 2022

Un lenguaje de paz

A finales del siglo XIX, el avance de la revolución industrial estimuló el desarrollo de los medios de comunicación y los transportes, lo que incrementó el flujo de las relaciones internacionales y los viajes. Fue este el contexto en el que Ludwig Lejzer Zamenhof, un oftalmólogo polaco, escribió su libro Lingvo internacia. Antaŭ­parolo kaj plena lernolibro, en 1887. En esta obra se explicaban los principios y reglas del esperanto, una nueva lengua con la que se pretendía conseguir el entendimiento entre personas de diferentes nacionalidades y condiciones sociales para así facilitar la resolución de conflictos entre los habitantes del planeta. A este idioma y su historia está dedicado un museo en Viena del que trata la entrada de hoy.



Inaugurado en 1929, como parte de la institución de la Biblioteca Nacional Austríaca, el museo del esperanto de Viena es uno de los pocos en el mundo dedicados a esta lengua (de momento solo sé que hay uno más en Zaozhuang, en China, y otro en España, concretamente en Subirats, provincia de Barcelona). A través de vídeos y materiales audiovisuales interactivos, se muestra el desarrollo histórico del esperanto y otras lenguas llamadas planificadas, entre las que también hay espacio para el élfico o el klingon, por ejemplo. También hay textos históricos y objetos, como sellos, monedas y algunos productos cotidianos como paquetes de tabaco, que se han usado como medio de difusión de este idioma.





 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 




Hubo un periodo en el que el museo del esperanto de Viena estuvo cerrado, entre 1938 y 1947, coincidiendo con la ocupación de Austria por parte de la Alemania nazi. La Gestapo clausuró la institución e incluso envió a su director, Hugo Steiner, a un campo de concentración. Al parecer, Hitler ya había dejado constancia en su Mein Kampf que uno de los supuestos fines del esperanto era poder reunir a todos los judíos del mundo y empoderarlos, por lo que intentó silenciar y eliminar tanto a esta lengua como a sus hablantes. Otro regímenes y gobiernos también se opusieron a la difusión de este idioma, como el de Stalin, que lo consideraba una lengua de espias y pequeñoburgueses.


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A día de hoy no se conoce el número exacto de hablantes de esperanto. Según la página web de Babbel, se estima que unos 2 millones de personas lo hablan, y que un millar de ellas lo tienen como lengua natal. Cada año se siguen publicando libros, canciones y otros productos culturales en este idioma, y se organizan congresos y conferencias alrededor del mundo. La nuevas tecnologías le han dado más vida si cabe a su difusión y el aprenderlo está al alcance de cualquiera con una conexión a internet. Hay páginas en las que se puede aprender de manera gratuita, como Lernu, cursos en vídeo en Youtube y algunas cuentas en Twitter especializadas. También hay aplicaciones de idiomas, como Duolingo, que incluye el esperanto entre sus cursos.




 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El museo del esperanto de Viena se localiza en el Palais Mollard, el mismo lugar en el que se encuentra el museo de los globos terráqueos, del que ya hablé hace poquito. La entrada incluye la visita a ambos museos. Si necesitáis más información, podéis encontrarla en esta web.

Desconozco si los actuales hablantes de este idioma siguen manteniendo los mismos ideales que su creador, o simplemente lo aprenden por mera curiosidad. Sea como sea, el hecho de aprender una nueva lengua es siempre un gesto de voluntad de querer comunicarse y hacerse comprender y, de una u otra manera, acaba favoreciendo el entendimiento entre diferentes civilizaciones.

Muchos ánimos a todas aquellas personas embarcadas en este momento en el aprendizaje de lenguas. El camino no está exento de baches pero los frutos del esfuerzo acaban superando con creces los contratiempos.

Ĝis la venonta tempo!

Fuentes: 





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