Se va el 2021. Un año marcado, una vez más, por la pandemia de COVID, y en el que se ha vuelto a poner a prueba nuestra salud, tanto física como mental, y capacidad de aguante. Ha sido, para mí, una montaña rusa de sentimientos, con momentos de entusiasmo e ilusión, circundados por instantes de incertidumbre y preocupación. Pese a todo puedo decir que, en general, la esperanza ha primado sobre la desazón, al menos en comparación con el 2020. Aquí va un resumen de lo que ha dado de sí este primer año vivido enteramente en Viena.
Empezamos el año de una forma atípica, sin reuniones ni fiestas grupales, solos mi mujer y yo, inmersos en un periodo de confinamiento en Austria que se mantenía desde noviembre y que se fue extendiendo cada 20 días. En aquel momento no podíamos imaginar que estaríamos así, sin restaurantes, ni bares, ni eventos culturales, ni cines, etc, hasta el mes de mayo. Hubo un par de semanas en el que se abrieron las tiendas y los museos, pero enseguida se volvieron a cerrar. Mientras, en el colegio continuabamos alternando periodos de enseñanza on-line con presencial. Esta intermitencia iba minando la moral tanto de estudiantes como del personal. Suerte que todavía nos quedaba pasear por Viena y alrededores.
En marzo llegó por fin el momento que andaba esperando desde que a finales del año anterior se empezaron a administrar las primeras vacunas del COVID. A principios de mes llegó mi turno como trabajador del sector de educación. Me pusieron la de Astra Zeneca, que se dejaría de utilizar meses más tarde. La primera de las dosis me dejó el cuerpo fatal aunque el malestar solo me duró un día. Más adelante también se vacunaría mi mujer y mis familiares más cercanos allí en España, lo que me llenaba de alegría y me hacía pensar que estábamos ya cerca del fin.
Aun así, el confinamiento seguía y también el frío en un invierno que se extendía tanto como el cierre de los comercios y lugares de ocio en Viena. De hecho, hasta hubo un día en abril en el que nevó. La primavera se hacía esperar.
Y tras más de siete meses de hastío, en mayo llegó la esperada reapertura en Austria. La hostelería, el turismo, el comercio y la cultura retomaron su actividad al unísono al mismo tiempo que los positivos diarios de COVID iban descendiendo. Los estudiantes volvieron a las clases presenciales y el ambiente era más agradable en todas partes. Teníamos un afán tremendo por hacer actividades, asistir a eventos, reunirnos con amigos y, sobre todo, viajar. A las ganas acumuladas de disfrutar de la vida se sumó la mejora del tiempo. Fue este mes cuando hicimos nuestro primer viaje de más de un día desde octubre de 2020, y el destino fue Salzburgo. Una visita inolvidable en pleno subidón de optimismo.
Pero, sin duda, el mejor momento de este año llegó a finales de junio, al regresar a España y volver a ver a mis padres y a mis hermanos después de casi dos años. Fue muy emotivo para todo el mundo. También para mi mujer que, al fin, podía conocer a mi familia en persona. Fueron días de reencuentros, reflexiones sobre todo por lo que habíamos pasado y sensaciones de que todo esto estaba llegando a su fin. Había cierta percepción de confianza e invulnerabilidad debida en gran parte a las vacunas. Íbamos atravesando la península de cabo a rabo y visitando a familiares y amigos, sin pensar por un momento que todavía quedaba COVID para rato. Pero bueno, como se suele decir, “que nos quiten lo bailao”.
La vuelta a Austria y el comienzo del otoño vienés siguieron dejándonos buenos momentos. Hicimos más viajes, primero a Eslovenia y, más tarde, a Hungría y Albania. Fue interesante comprobar cómo se estaba viviendo la pandemia en diferentes lugares. Mientras que en España todavía había gente que se resistía a dejar de llevar mascarilla en exteriores, en Budapest nadie la llevaba ni en transportes públicos ni en tiendas, y en Albania parecía que el COVID no existía. Pero la realidad era muy distinta y los casos volvían a aumentar en Austria y otros países europeos. A pesar de todo, todavía conservábamos la calma y el optimismo.
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¿Sin mascarilla en un tranvía? En Budapest en septiembre todavía se podía
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Lo que parecía un leve aumento de enfermos de COVID que se podía controlar en poco tiempo, se fue acelerando y acabó yéndose de las manos en las primeras semanas de noviembre. Los ingresos en las UCIs se incrementaron y en varios hospitales de algunas regiones de Austria se empezaban a acumular cadáveres. Habíamos vuelto, por desgracia, a la casilla de salida, lo que llevó al gobierno a volver a implementar un confinamiento duro, tanto para vacunados como no vacunados. El sentimiento de frustración era generalizado y lo notaba especialmente en el colegio, donde seguíamos teniendo clases presenciales y hacíamos malabarismos para mantener seguros a toda la comunidad, con tests casi diarios para todo el mundo, grupos búrbuja y cuarentenas cuando aparecía algún nuevo caso. El estrés era más que evidente. Solo nos quedaba volver a inflarnos de paciencia y esperar las ansiadas vacaciones de Navidad para retomar energías.
Prepárabamos nuestro viaje a España con la ilusión de reunirnos otra vez con toda la familia, volver a salir y disfrutar de nuevo de cierta normalidad pero, conforme se iba acercando el día del vuelo, la situación empezaba a tomar un cariz muy preocupante. Hasta el día de hoy, la variante Ómicron ha ido condicionando estas fechas navideñas, impidiendo que podamos celebrarlas como esperábamos hace tan solo un mes. De todos modos, es un placer estar en casa y disfrutar de estos días al menos con mis familiares más cercanos y tener la oportunidad de despedirme de este año con ellos, algo que no hacía desde hace cinco años.
Aunque se mantenga la incertidumbre y estemos de nuevo en una situación en la que es casi imposible hacer planes a medio y largo plazo, tengo que decir que este año que estamos a punto de dejar atrás no ha sido para nada malo. Aparte de haber viajado a tres nuevos países, reencontrarme con mi familia y amigos que hacía años que no veía, y cerrar un primer curso académico en mi escuela con buenas sensaciones, en estos últimos doce meses he podido retomar actividades, como el fútbol o pasear en bicicleta, he logrado terminar dos medias maratones y batir mi record en una de ellas, he continuado mejorando mi alemán y, por supuesto, he seguido conociendo a gente maravillosa, aunque con menor frecuencia que otros años, restricciones sociales mediante.
Como conclusión me gustaría cerrar esta entrada con dos mensajes. Primero, si estás haciendo algo que disfrutas, vive y aprovecha el momento porque nunca se sabe cuándo podrás volver a gozarlo de esa manera. Y, segundo, guarda precauciones, sé prudente, pero nunca dejes que el miedo y la angustia te atenace y te enclaustre. Muy poco se está hablando de las consecuencias de todas estas reglas, muchas veces arbitrarias, en la salud mental de la gente.
Quería agradecer un año más a todas las personas que se han preocupado de cómo nos iba la vida por Austria durante estos meses, y nos ha mostrado su afecto y apoyo de diferentes maneras. Os deseamos lo mejor para el próximo año y que lo disfrutéis con salud y alegría a pesar de todo el chaparrón que nos sigue cayendo.
¡Mucha fuerza y feliz 2022!
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