Imagina que de buenas a primeras te ves forzado/a a dejar la comodidad y el calor de tu hogar y tienes que irte a pasar la noche a un refugio antiaéreo. Temes por tu vida y las de tus familiares y amigos, que también se encuentran en la misma situación. No consigues conciliar el sueño en cinco horribles noches donde el ruido de los bombardeos y las ametralladoras han sustituido a lo que hace unos pocos días era una calma absoluta.
Imagina que no te queda otro remedio que desplazarte hacia otro país en busca de un lugar más seguro donde salvaguardar tu integridad física y emocional. Recorres cientos de kilómetros, gran parte de ellos a pie, descansando en improvisados refugios, sin calefacción ni agua potable, y dosificando los pocos alimentos que has conseguido llevarte para el camino. Una vez en la frontera, el mismo ejercito de tu nación te exige pagar un elevado soborno que apenas puedes costear. La miseria humana dentro de la miseria humana.
Imagina que un día la gente te empieza a mirar mal por ser ciudadano de un país cuyo mandatario ha metido a tu pueblo en un conflicto armado. Te deniegan el visado, no te quieren contratar, y a tus hijos/as los rechazan en el colegio. Y todo por una guerra de las que estás totalmente en contra. Pero no vale de nada, ya te han puesto la etiqueta de “malvado” simplemente por haber nacido en dicha nación.
Imagina que la plaza en la que solías reunirte con tus amigos es ahora un solar devastado por los bombardeos, donde solo se ven escombros en los alrededores. Tus vecinos y compañeros te hablan de familiares y amigos que lo están perdiendo todo tras años de duro trabajo. No es raro que cada cierto tiempo alguien te comunique también un fallecimiento. Tú mientras esperas entre la ansiedad y el embotamiento que esta agonía termine pronto.
Es muy descorazonador que tras años continuados de conflictos en diferentes zonas del mundo, no hayamos aprendido absolutamente nada y sigamos teniendo dentro esa simiente de rencor y codicia que nos lleva a la progresiva autodestrucción. De nada sirve que sigamos consiguiendo avances en la tecnología, las comunicaciones, la salud, si seguimos confiando nuestros designios a mandatorios que en lo que menos piensan es en la gente.
A pesar de todo, confío en que todavía queden personas que con sus pequeñas acciones intentan arreglar estos despropósitos. Quizás todas estas tragedias puedan servir de chispa para un auténtico movimiento social donde prime la solidaridad y el apoyo mutuo entre pueblos. Tú también puedes contribuir con lo que dices y haces a diario. Si tienes hijos, edúcales en la resolución pacífica de conflictos, promueve valores basados en el respeto y la empatía, llama la atención sobre las injusticias, y movilízate si es necesario, uniendo tus fuerzas con otros colectivos que trabajen por la paz.
Por el fin de las guerras. Todo mi apoyo para los que cada día se esfuerzan por hacer de este mundo un lugar más habitable.